El objetivo no es que aprendas a cómo pensar sino que aprendas lo que debes pensar para que no te llamen cosas feas y te castiguen.
Lo importante no es la verdad o cómo razones sino que te tragues la narrativa oficial aún a expensas de los hechos. Cuando la penúltima mentira ya no pueda ser sostenida vendrá otra trola para enterrar en el olvido a sus antecesoras, y te dirán que, nuevamente, te la tragues hasta con el envoltorio.
Si eres un reputado científico en el campo de la virología, de la inmunología o de la medicina, que llega a conclusiones que se desvían de la doctrina que los covid-evangelistas nos anuncian, y encima se te ocurre contarlo, pasas –en un segundo– de catedrático a hechicero antivacunas y terraplanista conspiranoico que está en contra del consenso científico. Da lo mismo que seas el tipo que parió la tecnología de las vacunas de ARN mensajero, un Premio Nobel o un experto virólogo, siempre habrá un plumilla ilustrado que desde su ONG verificadora te colgará un sambenito por tu herejía.
Porque no se trata de buscar la verdad o siquiera de debatir las cosas, no se trata de argumentar o pensar juntos en voz alta, se trata de aceptar, con sumisión y acríticamente, los dogmas que vayan siendo revelados
No importa que seas un renombrado climatólogo que lleva toda su vida ectudiando la infinidad de variables que afectan a la evolución del clima y cómo interactúan entre sí; si te atreves a cuestionar la maldad intrínseca del CO2 antropológico o que este es casi único motivo del cambio en el clima, la has cagado. Pasarás de ser un acreditado experto a estar un escalón por debajo de los tarotistas.
Si eres una respetada bióloga que dice que la evidencia científica indica que hay solo dos sexos y que aquellos individuos con pene que se ven a sí mismos como mujeres, en lugar de ser hembras tienen un problema que debe ser tratado con tanto respeto como escepticismo; te arriesgas a que una catedrática en Estudios de Género con el pelo azul te llame transfóbica. Te juegas tu prestigio y tu fama y te expones a que un comisario con pronombre de colores del departamento de Diversidad Equidad e Inclusividad de la universidad en la que eres catadrática te suspenda de empleo y sueldo por tu blasfemia contra la Santa Hermandad del Arco-Iris.
Porque no se trata de buscar la verdad o siquiera de debatir las cosas, no se trata de argumentar o pensar juntos en voz alta, se trata de aceptar, con sumisión y acríticamente, los dogmas que vayan siendo revelados. Dogmas tan indiscutibles como impermeables a la lógica o el razonamiento.
Repito: no debes aprender cómo se piensa de manera crítica, debes aprender lo que quieren que pienses, debes abandonar tu escepticismo y entender que entregarte al evangelio de estos cultos de nuevo cuño –y los que habrán de venir– te hará ser mejor persona, más inclusiva, resiliente, sostenible y descarbonizada… amén. Los que no pasen por el aro no tendrán un sitio en la mesa de los seres de luz extasiados.
Los mentirosos oficiales funcionan como cuando tu hijo de cinco años te cuenta, con churretes marrones por toda la cara, que él no se ha comido el chocolate (fue el perro mamá); pero se vuelve a su cuarto a jugar cuando le preguntas cómo pudo el perro usar la llave para abrir la alacena.
Pero es el consenso nos dicen, los expertos dicen esto o aquello No querrás que te llamen antisocial, enemigo de la ciencia o conspiranoico por estar en contra del consenso, de lo que dicen en la tele.
Consenso y Ciencia no mezclan bien. Es precisamente la bendita falta de consenso lo que ha llevado a la Ciencia a vanzar. Los postulados en todos los campos de la Ciencia de hace 100 años son bien distintos a los de hoy precisamente porque nunca hubo consenso.
Supongamos que un grupo terrorista entrase en una convención de climatólogos y preguntaran a los allí presentes quiénes de ellos opinan que los movimientos orbitales de la Tierra y los ciclos solares tienen más que ver con los cambios en el clima que el CO2 emitido por causas humanas. Imaginemos que tres levantan la mano y son inmediatamente cosidos a balazos. ¿Alguien más? Pues nada, ahí está el consenso. Aceptadlo, lo dice la Ciencia, y si no…
Ese grupo terrorista ficticio que he empleado a efectos pedagógicos, ejemplifica como actúa, aniquilando al disidente en última instrancia, lo que yo llamo el Complejo Industrial Desinformativo (CID).
El CID permea cada poro de la sociedad con sus células de propaganda, sus comandos terroristas y sus madrasas ideológicas. Medios de comunicación arrodillados que, aunque se dicen independientes, están controlados accionarialmente, mediante deuda, publicidad y subvenciones por unos pocos grupos de poder con una agenda política; ONGs paniaguadas; departamentos de RSC (Responsabilidad Social Corporativa) o de DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) incrustados por la fuerza en las empresas; cátedras universitarias; empresas verificadoras a sueldo de las Big Tech; divisiones de vigilancia de redes sociales; sindicatos domesticados, partidos políticos lubricados por la corrupción; conciliábulos supranacionales dirigidos por gentuza a la que nadie jamás ha votado como el FMI, la ONU o el FEM; y la lista sigue y sigue. Todos ellos repitiéndonos con distinatas melodías las mismas letras de las canciones que nos toca tararear, obligatoriamente, en cada momento.
La consigna se lanza, las células del Complejo Industrial Desinformativo la reproducen y replican sin una pizca de suspicacia, abonándose al nihilismo más patético, y todos a asentir o a salir al balcón a aplaudir nuestra piadosa esclavitud. Y quienes aún se atrevan a practicar el escepticismo no prestándoe a ser otro altavoz más en esta enorme caja de resonancia son calificados de conspiranoicos o de estar en contra de la ciencia (la suya, la del consenso), de la salud, del clima climático o de lo que toque. Porque ser escéptico, aprender a pensar razonando, no limitarse a ser otra correa de transmisión de trolas elefantiásicas hoy se denomina conspiranoico.
Ejemplos de mentiras consagradas y elevadas a la categoría de verdad revelada o dogma, los hay en abundancia. Como diría don César Vidal, sin ánimo de ser exhaustivos enumeraré algunos.
Algo común a todas estas narrativas oficiales y que no deja de ser curioso es que cuando los papagayos del Complejo Industrial Desinformativo repiten las notas de prensa que les pasan la CIA o el FBI, lo que supuestamente ha pasado; no suelen ir más allá para explicarnos las prodigiosas maneras de llevar a cabo semejantes gestas. Nos cuentan el qué pero el cómo es algo jodidamente complicado de explicar. Es como cuando tu hijo de cinco años te cuenta, con churretes marrones por toda la cara, que él no se ha comido el chocolate (fue el perro mamá); pero se vuelve a su cuarto a jugar cuando le preguntas cómo pudo el perro usar la llave para abrir la alacena.
El Nord Stream lo volaron los rusos en un acto tan maligno como ajeno a toda lógica. Como cada vez está más claro que fue una orden dada en Washington ahora el estribillo recita que lo hizo un grupo pro-ucraniano en un barquito de recreo.
El ordenador que Hunter Biden se dejó en una tienda de reparaciones de Delaware tiene el sello distintivo de la propaganda y desinformación rusa.
En caso de que esta hipótesis fuera cierta (que no lo es) los servicios secretos rusos serían unos ases capaces hasta de predecir el futuro. Los rusos colocaron hace 15 años una tienda de reparaciones de MacBooks en Wilmington y esperaron a que un putero cocainómano, hijo de Biden y con memoria de boquerón, llevara a reparar allí su portátil lleno de correos electrónicos incriminatorios y vídeos con putas mientras pesa crack. Los rusos coordinaron todo para que ocurriera todo coincidiendo con unas elecciones presidenciales y además permitieron que el dueño (tapadera) de la tienda llamara a Hunter Biden repetidamente para que fuera a retirar el potátil una vez reparado y hasta que llamara al FBI (que no hizo nada excepto almacenarlo).
Pero por fortuna –siguiendo con el relato oficial original– llegaron los chicos de Twitter y Facebook para salvar la democracia tapando la boca al medio (New York Post) que publicó las mentiras rusas.
Aquello era el desquiciado dogma entonces y se impuso a la fuerza a costa de la libertad de expresión. Todos los que publicábamos algo al respecto fuimos llamados de todo. Hoy, los mismos que repitieron ad nauseam que el asunto del portátil era todo un montaje han reconocido con letra minúscula que era todo cierto. TutanBiden ya está en la Casa Blanca, toca pasar pantalla.
Armas de Destruccion Masiva. Las había seguro, lo dijo Collin Powell en la ONU sujetando un vial con algo blanco. Irak fue invadido, un par de millones de muertos, niños con malformaciones por causa del empleo de munición con uranio empobrecido, Sadam Hussein colgado y aquel país viajó de vuelta a la Edad Media. Y no, no habia armas de destrucción masiva; pero pasamos pantalla.
No hay biolaboratorios financiados por EE.UU. en Ucrania. El 8 de marzo Victoria Nuland reconoce que hay biolaboratorios en Ucrania y que le preocupa que caigan en manos rusas. Al día siguiente, 9 de marzo, el portavoz de seguridad de la Casa Blanca dice que no hay laboratorios financiados por EE.UU. Tengo las pruebas, las he buscado, de que hay biolaboratorios en Uncrania y financiados por el Departamento de Defensa de EE.UU.
Pruebas documentales en este artículo de Freenoticias

Orígenes del Covid. En 2020 eras racista si decías que era bastante lógico que un coronavirus que surgió en Wuhan tuviera algo que ver con un laboratorio que hay en Wuhan que experimentaba genéticamente, ¡oh casualidad!, con coronavirus.
Hoy, ante la ausencia de evidencias de que haya un origen zoonótico natural –decenas de miles de pruebas en animales sin éxito– y que la configuración del virus es sospechosamente artificial, la única hipótesis lógica es que salió (o lo soltaron) de un laboratorio. Vacunas vendidas, gente acorralada, niños jodidos en su desarrollo emocional y educativo, misión cumplida… y ahora sí podemos decir que fueron los chinos… Pero los escépticos, alias conspiranoicos, sospechamos, con pruebas y razonamientos, que el COVID-19 fue una coproducción:
Con el CirCovid hemos tenido barra libre de trolas servidas por el Complejo Industrial Desinformativo. Nos han mentido sobre la importancia de la inmunidad natural adquirida para inyectar a más gente; nos han mentido sobre la seguridad de las terapias génicas que aún insisten en llamar vacunas; sobre los efectos secundarios; sobre el uso de mascarillas y su (in)utilidad; sobre la (in)utilidad de los encierros; sobre las ventajas de salir a pasear siguiendo un criterio de franjas horarias y edades; sobre la validez de terapias alternativas (había que vender sus pociones a buen precio). Todo lo que nos contaron era mentira. Ahora aquellas mentiras quedan olvidadas y tapadas por las nuevas mentiras que el Complejo produce en cadena.
Nos mienten contándonos que hay más géneros que estrellas en la Vía Láctea; nos mienten diciéndonos que el racismo es un superpoder que solo tienen los blancos; nos mienten diciéndonos que Ucrania es una democracia; nos engañan diciéndonos que el CO2 de origen humano es la principal causa de lo que llaman emergencia climática (antes cambio climático, antes calentamiento global… antes glaciación inminente).
Nos la meten doblada hablándonos de cero emisiones, de huellas carbónicas para meternos en cintura, limitar nuestros movimientos, pagar impuestos (todavía) más inútiles, gastar en tonterías, enriquecer a unos listos y hacernos sentir culpables por ducharnos con agua caliente.
Pero tenemos que crearles porque según su ciencia, esa que ellos prostituyen y obligan a adecuarse a su agenda, y según el puto consenso a punta de pistola que les parió, ellos, nuestros benéficos y filantrópicos hijos de la gran puta, lo hacen todo por nuestro bien. El Complejo Industrial de Desinformación orquestado por esta piara estará ahí para decirte que debes pensar. Yo en cambio te aconsejo que aprendas a pensar.
Ellos no mienten, eso es cosa de rusos.