InicioOpiniónEquidad, otro sinónimo de racismo. Ingeniería lingüística parte I

Equidad, otro sinónimo de racismo. Ingeniería lingüística parte I

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Equidad. Suena bonito y parece deseable, pero esconde una trampa y un propósito nefasto: discriminar al que toque en cada momento.

No vayas a la RAE para encontrar de qué se trata eso de la equidad, porque ninguna de las cinco afecciones que da Academia recoge la interpretación política que el término acarrea. De entre estas cinco definiciones, la que más se aproxima al neo-significado político del término dice así: “Disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece”

El detalle está en determinar lo que “merece” cada uno y, sobre todo, quién determina y con qué criterios qué es lo que merece cada cuál.

El Foro Económico Mundial del nuevo doctor maligno Klaus Schwab explica en su web de qué va esto de la equidad:

“Igualdad significa que tratamos a todos por igual: cada persona o grupo de personas recibe los mismos recursos y oportunidades. Equidad significa que proporcionamos recursos y oportunidades que se ajustan a las necesidades o circunstancias específicas de esa persona o grupo y, de ese modo, podemos alcanzar un resultado igualitario” .

“Dicho de otro modo, la igualdad consiste en ser iguales en estatus, derechos y oportunidades, mientras que la equidad trata de cómo llegar a ese punto mediante la justicia y la imparcialidad. La igualdad establece las reglas básicas para crear oportunidades justas, pero necesita de la equidad para garantizar que todos puedan competir en ese terreno”

Los desquiciados enunciados anteriores dejan claro que la equidad política no solo no se asemeja al concepto de igualdad sino que es prácticamente lo contrario, su antónimo. El FEM dice que la equidad es algo así como la herramienta que se debe emplear para obtener la igualdad (la equidad trata de cómo llegar a ese punto). La igualdad es el fin y la equidad es el medio para obtener esta. Para lograr la (en teoría) deseada igualdad entra en juego la equidad, y lo hace eliminando la igualdad. Esa es su lógica para quien la quiera comprar.

Leyendo detenidamente la frase “la equidad trata de cómo llegar a ese punto (la igualdad) mediante la justicia y la imparcialidad”, podemos enteder que la equidad proporciona una justicia y una imparcialidad que la igualdad no puede ofrecer. Es decir, para que todos seamos iguales es necesario que no todos seamos iguales desde el principio. Esto se consigue aplicando un filtro de pretendida justicia y de imparcialidad llamado equidad.

La equidad consiste en definitiva en la igualdad de resultados. Lo cual es algo tan bonito como absurdo, peligroso, ineficaz e imposible.

Quienes defienden la aplcación de la equidad justiciera e imparcial suelen explicarlo reduciendo el asunto a algol absurdo que voy a desmontar con sumo gusto.

Vamos con un ejemplo. Para que todos podamos acceder al aula de una facultad es necesario que además de escaleras haya también una rampa para sillas de ruedas. Eso nos dicen que es equidad. Yo lo llamo humanidad, empatía y solidaridad, pero lo compro.

Si una vez en el aula la persona que va en silla de ruedas obtiene mejores calificaciones, no por su mejor desempeño en los exámenes y trabajos realizados, sino porque alguien que se cree imparcial opina que es de justicia que la gente en silla de ruedas tenga una mayor recompensa por el mismo resultado académico objetivo; eso se llama discriminación aunque lo llamen equidad.  

La imagen de arriba es la explicación simplificada de lo que significa equidad. Un hombre alto, una niña y una persona en silla de ruedas, tres cajas y una valla tras la que se juega un partido de fútbol. La igualdad según esta fauna consiste en que cada una de estas tres personas tenga una caja. El hombre alto no la necesita, la niña apenas alcanza a ver algo subida en su caja de puntillas y la de la silla de ruedas ni tan siquiera puede usar la caja. La igualdad es por tanto mala ¿Empiezas a entender por dónde va la cosa?

Entonces llega la equidad al rescate y pone las cosas en su justo lugar: el hombre se queda sin caja, la nilña tiene dos y con la caja restante se contruye una rampa para la silla de ruedas. Todos pueden ya ver el partido para el que también parece que ninguno ha pagado la entrada.

Lo que pasa es que esta simplificación es un engaño. La igualdad también contempla ofrecer iguales oportunidades para acceder a algo. Es parte de la igualdad facilitar libros en braille para que los ciegos puedan leer, o rampas para que los discapacitados puedan acceder a cualquier lugar, o becas para que los menos pudientes puedan tener una educación de calidad. Lo que no es igualdad es garantizar el mismo resultado para todos o establecer cuotas de éxito basadas en criterios espurios. Ceder una caja a la niña o ayudar a la persona en silla de ruedas se llama calidad humana y ser empático.

Pero el concepto de equidad política no va tan solo de algo tan loable como ayudar a la gente a acceder a las cosas, también va de determinar el éxito, la igualdad de resultados, atendiendo a los criterios que interesen a quien en cada momento se erija como “juez imparcial”.

Aquí entran en juego las llamadas políticas de discriminación positiva –la imposibilidad de que una discriminación pueda ser algo positivo se ve que no les resulta chocante– que se ocupan de corregir las llamadas desigualdades sistémicas a base de putear a unos y aupar a otros. La discriminación positiva consiste en orinarve en la meritocracia y en tratar como a subnormales a determinadas personas por el hecho de pertenecer a una raza, sexo o colectivo de moda.

Pondré un ejemplo de entre los muchos que existen. En la Universidad de Harvard ser asiático supone un problema. Resulta que los estudiantes asiáticos tienen de media mejores calificaciones y mejor curriculum extraescolar que los de otras razas, pero su nota media ponderada se ve influida por una mucho peor evaluación de sus características personales (lo abiertos que son, lo bien que comunican, y otras cosas bastante subjetivas).

Los estadounidenses de origen asiático son algo menos del 19 por ciento de la clase de primer año en Harvard. Sin embargo, un estudio de la OIR (Office of Institutional Research de Harvard) descubrió que comprenderían el 43,4 por ciento de la clase basándose solo en los aspectos académicos; su participación sería del 31,4 por ciento teniendo en cuenta la preferencia de la universidad por los atletas y las admisiones heredadas (hijos de ex alumnos); y sería del 26 por ciento, incluso después de tener en cuenta las calificaciones extracurriculares y personales de los solicitantes.

Vamos que si tienes pinta de vietnamita o chino necesitas un curriculum objetivo muy superior al que necesitaría un blanco o un negro porque alguien se ocupará de, subjetivamente, bajarte la nota porque no eres suficientemente extrovertido o simpático. Todo esto se hace para mejorar el ambiente en el campus y en aras de la diversidad, otra palabrita de esas que no se les cae de la boca.

Pero la diversidad que buscan los funcionarios de admisiones universitarias en realidad no es diversidad de opiniones, puntos de vista, experiencias de vida y conocimientos académicos. Ellos en cambio, creen que lograrán tal diversidad basándose únicamente en las razas de los estudiantes que admiten.

Creen que los estudiantes traerán diferentes puntos de vista a sus campus en función de su color de piel y/o de su pertenencia a un grupo en particular, no por su forma de pensar como individuos. Están perpetuando las creencias distorsionadas de los segregacionistas y racistas de hace 100 años que postulaban que la raza determina el carácter, los procesos de pensamiento y quiénes somos como personas. Orinándose en la tumba de Martin Luther King.

¿Queremos que una persona viva sabiendo que por el color de su piel, por su tendencia sexual o por ser mujer ha sido privilegiada por encima de otras personas? ¿Queremos tratar a determinados grupos como a deficientes mentales que necesitan que otros grupos sean discriminados (positivamente) para poder lograr cosas? ¿Queremos ser parte de una cuota o ganarnos las cosas por méritos propios?

Lo escribí hace ya un tiempo y creo que viene muy bien recordarlo A un niño, sea de la raza que sea, lo que hay que inculcarle no es que el color de la piel con la que vino al mundo determina cómo debe ser tratado o si pertenece a la categoría de víctima u opresor. A un niño hay que enseñarle valores y no darles excusas y consignas políticas. A ese niño hay que decirle que los niños de otras razas son sus congéneres, que todos somos jodidos homo sapiens, que hay niños malos y que los hay buenos, que hay niños que sufren más que otros por circunstancias familiares o por enfermedades (y no por su color) y que hay que ser compasivos con esos niños. Un niño sin padre, o sin madre, un niño paralítico un niño con Síndrome de Down, un niño tartamudo, disléxico o autista, o un niño de una familia con pocos recursos merece contar con un apoyo extra por parte de los que le rodean al igual que una abuelita merece que le ayudemos a subir la compra. Hay niños negros privilegiados y hay niños blancos desfavorecidos y viceversa para ambos casos.

Del anterior párrafo podemos substituir negro por mujer, homosexual, amarillo o blanco y sigue siendo una verdad universal.

Volvamos a la valla donde el hombre alto, la niña y alguien en silla de ruedas quieren ver el partido de fútbol. Pasemos por alto que no han pagado la entrada. Es justo que los tres puedan ver el partido pero no sería justo que la niña se convierta en titular del equipo de fútbol si no sabe dar una patada a un balón solo porque a alguien se le ocurra que el colectivo de niñas de menos de 12 años está subrepresentado en la Liga de Fútbol Profesional.

¿Queremos tratar a determinados grupos como a deficientes mentales que necesitan que otros grupos sean discriminados (positivamente) para poder lograr cosas? ¿Queremos ser parte de una cuota o ganarnos las cosas por méritos propios?

Igualmente ser negro o ser mujer no es equiparable a ser bajito o a ir en silla de ruedas. Ser negro, blanco, homosexual o mujer no son una tara como ser ciego o discapacitado. Si nadie en su sano juicio busca que su cirujano sea de una deterinada raza o sexo sino que quiere que sea un buen cirujano, ¿por qué debe prevalecer –o tenerse siquiera en cuenta– en una facultad de medicina un criterio racial o sexual que puede dejar en la cuneta a excelentes proto-cirujanos por el impagable pecado de ser de la raza o el sexo incorrectos?

Aunque los gordos de menos de metro setenta, de cualquier raza, no juegan en la NBA, yo opino que deberían tener una oportunidad para presentarse a las pruebas de admisión porque lo mismo un día salta la sorpresa.

Mi opinión es que un niño –o niña–, de cualquier raza, que tenga cualidades y capacidades sobresalientes para una profesión o actividad, pero cuya familia no cuente con los recursos económicos necesarios, debe recibir ayudas y becas para competir en condiciones de igualdad con los otros niños y que sean su efuerzo y su talento los que le permitan triunfar y competir en la vida. A eso lo llamo inversión estratégica en el futuro de la Humanidad.

La equidad política, por el contrario, predica que el mérito y la capacidad no cuentan, que lo importante es beneficiar mediante sesgos a determinados grupos en conjunto para lograr la igualdad de resultados. Discriminar a unos en favor de otros para que se cumplan las cuotas. Lo que la equidad política (y racista) produce es mediocridad, resentimeinto y por supuesto racismo.

El objetivo de la equidad mediante la discriminación positiva (también llamada acción afirmativa) es lograr un porcentaje supuestamente ideal de mujeres en carreras científicas, de negros en las empresas constructoras, de homosexuales en el sector lácteo, etc. El objetivo deseable es que haya buenos biólogos aunque todas sean mujeres, buenos arquitectos y albañiles aunque todos sean negros, y bueno granjeros aunque todos sean homosexuales. Apoyar el talento, fomentar el espíritu crítico y buscar la verdadera diversidad, la que nos enriquece, la de las ideas.

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