En Washington, ante una sesión conjunta Congreso-Senado, Zelensky, vestido de guerrillero, pide más dinero, habla de democracia; y aplaudirle es obligatorio.
El geyperman de Kiev pidió más dinero para lograr la paz. Una paz según sus condiciones; unos términos que todos los que –obligatoriamente– le aplaudieron, y el propio Zelensky, saben que son inaceptables para Rusia e imposibles de ser logrados sin pasar por un armagedón nuclear. Todos los presentes en el congreso de los EE.UU. el 21 de diciembre pasado sabían que el hombre que les hablaba, Zelensky, no está para salvar la siempre inexistente democracia de Ucrania –por sus acciones va camino de consolidar una bonita etno-dictadura– ni su soberanía, sino para ayudar a destruir o al menos tratar de debilitar a Rusia, empleando para ello hasta el último ucraniano que puedan cazar en un supermercado o una parada de autobús.
Zelensky es el gerente del burdel donde se viene lavando desde hace lustros el dinero del contribuyente estadounidense para acabar en los bolsillos tanto de oligarcas, políticos y generales ucranianos como de quienes cortan el bacalao en los despachos de Washington. Que se lo pregunten si no a Joe Biden o a su hijo Hunter, de eso saben un rato.
Lo de que era obligatorio aplaudir al tipo vestido de Fidel Castro junior no es un recurso literario sino una realidad a la vista de cómo llamaron simpatizantes de Putin y enemigos del pueblo a los dos únicos congresistas, Matt Gaetz y Lauren Boebert, que mostraron tener pelotas y ovarios parlamentarios respectivamente y no ovacionaron al mini-macarra. Era obligatorio aplaudir, norcoreanamente, al director del casino de muerte y destrucción donde apuestan, y ganan siempre, las empresas armamentísticas; esas que lubrican las cuentas corrientes de los aplaudidores. Simbiosis se llama.

Después de que las farmacéuticas hicieran caja, y de qué manera, para (no) luchar contra la famosa coproducción chino-estadounidense, llamada Covid-19, ahora les toca a las empresas gasistas y sobre todo a las de armamento, aumentar sus ganancias. Northrop Grumman, Lockeed Martin y Raytheon han visto aumentado el valor de sus acciones durante 2022 en +36%, +32% y +12% respectivamente, mientras que los índices generales de la bolsa donde estas empresas de armamento cotizan han bajado (Standard and Poor´s 500 -20% y el NASDAQ -34%).
Más guerra, más armas, más dinero para todos los que están en la pomada, también para para las campañas electorales. Más guerra, más gas licuado USA que se vende –varias veces más caro que el ruso–, más dinero para todos… y para las campañas de quienes aplauden. Mucho dinero para todos, también para los políticos, tanto por la vía legal –donaciones para campañas, puertas giratorias– como por vías paralelas donde el lucro es mucho mayor. Una vez que el dinero y las armas llegan a Ucrania, un país donde la corrupción es legendaria aunque de eso no toca hablar, el control que sí hay en EE.UU., desaparece como también lo hace gran parte del dinero para reaparecer en los bolsillos de la gente “agradecida”.
En una parte de su discurso Zelensky afirmaba que estaba en el Congreso “para compartir con vosotros nuestra primera victoria conjunta: derrotamos a Rusia en la batalla por las mentes del mundo” y poco después remataba que “los estadounidenses obtuvieron esta victoria y es por eso que han logrado unir a la comunidad mundial para proteger la libertad y el derecho internacional. Los europeos obtuvieron esta victoria, y es por eso que Europa es ahora más fuerte e independiente que nunca. La tiranía rusa ha perdido el control sobre nosotros. Y nunca volverá a influir en nuestras mentes“.
Lo de que Europa está ahora más fuerte e independiente suena a cachondeo, y lo es. Por ejemplo, ahora podemos ser independientes del gas natural ruso, barato y asqueroso, pasando a depender mucho más que nunca del carísimo gas licuado de la libertad de EE.UU. En cuanto a nuestra fortaleza, con los arsenales bajo mínimos y la inflación desatada, será del tipo espiritual.
Volodymir también mencionó la palabra paz (4 veces) para asegurar primero que Rusia no va a dar ningún paso hacia esta porque sus ciudadanos están envenenados por el Kremlim, y para decir a continuación que la paz que se necesita es la que él ha propuesto en una fórmula de 10 puntos que ya ha explicado a Biden.
La batalla que Zelensky dice haber ganado gracias al apoyo estadounidense, y en menor medida europeo, la de las mentes del mundo, es una batalla que aún se libra. A pesar de su farolazo, el dictador de voz cazallera con ademanes de gerente de puticlub, no tiene, ni mucho menos, ganada la batalla por las conciencias de todo el mundo.
En nuestro secuestrado, y cada día más distópico, Occidente, está claro que las posturas del chulo de Kiev y de la momia de Washington tienen mucho más predicamento que los argumentos rusos. Esto es así no porque el dúo formado por el Payaso Geyperman (Zelensky) y la Momia del Pantano (Biden) ofrezcan mejores argumentos que los que expone el Osito Gominola-Botox del Kremlin (Putin), sino porque, entre otras cosas, se ha decretado, por parte de los señores de “lo que toca pensar”, que Zelensky es el bueno de esta película. Porque de este conflicto, como de tantos otros asuntos importantes, no se nos muestra la realidad sino el guion adaptado para idiotas: nos muestran su película para todos los públicos, no la realidad con todas sus aristas.
Al contrario que en Occidente, en Asia, África e Hispanoamérica (no sé dónde queda ese lugar que llaman Latinoamérica), la victoria mental de la que se ufana el hombre de caqui, dista mucho de ser una realidad. En muchas partes del mundo (el mundo no es Europa y EE.UU.), Zelensky no vende su mercancía porque en esos lugares le tienen ganas a Occidente. Ven a Zelensky como una marioneta (y aciertan) y a Putin como alguien capaz de parar lo pies a un Occidente del que desconfían.
Pero es que también en Occidente el apoyo a Zelensky se erosiona; lo hace con cada visita que el contribuyente nato (o sea tú que lees esto) realiza al supermercado, a la gasolinera. La imagen de Zelensky y su Ucrania se desgasta con cada recibo del gas que llega.
La gente común compra bien los argumentos hollywoodienses, simplifican las cosas y ayudan a tener una opinión de andar por casa. Nos dicen que ese es el malo que obra maldades absolutas y sin justificación, que aquel otro es el bueno que actúa por el bien del mundo y es un héroe de la talla de Churchill. No es la realidad, qué más da, pero lo entendemos todo bien porque está en clave de Star Wars. Lo de que en EE.UU. comparaban tras su discurso al macarrilla de caqui con Sir Winston Churchill no me lo invento. Esa equiparación era la tónica general, como si fuera una consigna, repetida en los comentarios por todos los medios de intoxicación masivos tras el discurso de Zelensky. Churchill al menos se puso un traje de chaqueta y pajarita, Zelensky llegó con su habitual disfraz de Chuck Norris.
Pero la gente del común, la misma que agradece que todo se lo den mascadito –para ahorrarse leer libros de Historia–, y bien esquemático –para poderlo asimilar y repetir–, manda a tomar por culo lo que haga falta cuando ve que el apoyo a la causa de moda de turno le afecta a su bolsillo. Es entonces, cuando la matraca oficial aburre y encima la gente se da cuenta de que les están jodiendo, cuando más gente empieza a prestar atención a los que somos tildados de agentes del Kremlin (me lo han dicho a menudo).
A Zelensky le hemos oído decir que Rusia bombardea la central nuclear de Zaporiyia, esa que los propios rusos controlan. Auto-bombardearse en una central nuclear escapa a la lógica, pero al amigo Zelensky se le perdonaría hasta que desayunara bebés untados con gatitos.
Ocurre con cada relato oficial–artificial –la verdad de turno o la cosa “que toca pensar”– que siempre acaba siendo atropellado por el jodido sentido común y por la obstinada realidad. Pasamos de recitar devotamente que “las vacunas Covid previenen la infección y el contagio” a salmodiar que “es posible que las vacunas Covid, tal vez, ayuden a que te mueras menos”, y todo porque la bendita evidencia arrolló al relato oficial-artificial.
En la guerra civil de Ucrania el relato de ficción de obligada aceptación es aún más carpetovetónico y ridículo que el del covidiotismo, que ya es mucho decir. Los rusos sabotearon sus gaseoductos; los rusos bombardean la central nuclear que controlan; la guerra la empezó Rusia en 2022, y el golpe de estado de 2014 fue una revolución pacífica y democrática. Las cuatro anteriores afirmaciones, a cual más disparatada, son parte del discurso oficial que define el guion de la película apta para todos los imbéciles que creen que somos. Hay que tener unas tragaderas ciclópeas para creerse que los rusos van a destruir un activo suyo –el gaseoducto Nord Stream– que les servía de palanca para negociar en una mejor posición con el resto de Europa, pero se requieren tragaderas tamaño agujero negro para zamparse, sin sal, que lo hicieron los rusos, cuando el propio Joe Biden anunció ante las cámaras y en rueda de prensa que él lo haría.
A Zelensky le hemos oído decir que Rusia bombardea la central nuclear de Zaporiyia, esa que los propios rusos controlan. Auto-bombardearse en una central nuclear escapa a la lógica, pero al amigo Zelensky se le perdonaría hasta que desayunara bebés untados con gatitos. Recordemos que Zelensky aseguraba que el misil que cayó en Polonia era ruso. Incluso cuando la OTAN y los polacos decían que se trataba de un misil antiaéreo disparado por el ejército de Zelensky, el chico persitía con su trola. Zelensky es capaz de llevar la mentiras más lejos que la propia Organización Terrorista del Atlántico Norte (alias OTAN), es actor y saca brillo a sus talentos interpretativos.
Que la guerra civil de Ucrania empezó en 2022 cuando un señor muy malo decidió invadir un país democrático y pacífico es un embuste no menos grande que los dos anteriores. A los habitantes de Donetsk y Lugansk, que llevan ya 9 años sintiendo el amor, en forma de lluvia de artillería, del régimen golpista de Kiev, les hace muy poca gracia ese chiste. La cuarta afirmación del relato de ficción oficial para tragar, predica que lo que pasó en Kiev en febrero de 2014 fue una revolución pacífica y democrática y no el golpe de estado violento que realmente fue. A este respecto en el artículo Ucrania: cronología de una guerra anunciada (y deseada) publiqué numerosos hitos que jalonaron el camino hacia la situación actual.
Vídeo comparando unos altercados calificado de insurrección con un golpe de estado sangriento calificado de revolución democrática.
Decía ante que quienes aplaudieron norcoreanamente el discurso de Zelensky saben perfectamente que el plan de paz de 10 puntos al que aludió en su discurso el gerente del casino, jamás se llevará a cabo. Zelensky no solo pretende que Rusia se retire de los 4 territorios que ha incorporado a la federación y sancionado legalmente en su ordenamiento jurídico, también quiere que se retire de Crimea; aspira a que Rusia pague indemnizaciones de guerra onerosísimas, a que reduzca sus capacidades militares y a juzgar a quien crean conveniente ante un tribunal internacional. Casi todos los allí presentes, incluido Zelensky, sabían y saben que ese escenario tiene menos probabilidades de darse que el de un ataque con misiles tácticos con cabeza nucleares sobre Lvov, Kiev y Jarkov. Siendo ambos escenarios altamente improbables, la Pax Zelensky es el más inverosímil de los dos. No solo es improbable hacer pasar a Rusia por el estrecho aro del domador Zelensky sino que lograr esa gesta implica pasar antes por una generosa ración de megatones.
Zelensky ganó las elecciones, financiado generosamente por el corruptísimo Ihor Kolomoysky, prometiendo paz. Ganó por goleada y se tiró casi tres años limpiándose el culo con los acuerdos de paz firmados en Minsk, mientras su ejército seguía machacando a los ciudadanos ucranianos rebeldes. El régimen heredero del golpe de estado de 2014, encabezado ahora por un payaso, continúo legislando en contra de la población rusófona. En abril de 2022, dos meses después de la anunciada y aguardada invasión rusa, Zelensky estuvo a punto de llegar a un acuerdo en las conversaciones llevadas a cabo en Bielorusia. Rusia se retiraba del frente norte, parecía que se iba a parar la locura, hasta que llegó un tal Boris Johnson y exhortó a Zelensky para que no firmara acuerdo alguno porque iban a ayudarle hasta que hiciera falta.
Ahora Zelensky se encuentra con que Rusia ha subido la apuesta y considera como suya casi la mitad de Ucrania. El tren con las condiciones casi acordadas el pasado abril (algo así como autonomía para los oblasts de Donetsk y Lugansk, federalización de Ucrania y reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea) ya ha pasado y ahora la apuesta rusa implica la desaparición del estado ucraniano. Moscú contempla con buenos ojos que polacos, rumanos y húngaros acudan en “ayuda” de las regiones occidentales de Ucrania (Polonia está movilizando y llamando a filas a 200 mil ciudadanos) siempre que no crucen al este del Dniéper. El horizonte de una Ucrania disuelta y absorbida por sus vecinos, de la que solo quede con el actual nombre la región de Kiev no es en absoluto descartable.
Pero la quedada del 21 de diciembre pasado no iba de obtener ninguna paz, iba de relaciones públicas para lograr que el santo del momento sirviera de catalizador para que se aprobara una ley ómnibus que aumenta el techo de gasto estadounidense en 1,7 billones (billones españoles, 1,7 millones de millones) que incluyen 47 mil millones para el burdel de Zelensky. Esta ley (Consolidated Appropriations Act of 2023) fue aprobada dos días después (23 de diciembre) de que Zelensky contara su película.
Estaba previsto que esta ley fuera entregada a los congresistas el pasado 30 de septiembre pero quienes la estaban redactando en secreto decidieron por su cuenta posponer su publicación hasta que se envío finalmente el día 21 de diciembre a la 1:30 de la madrugada (hora de la Costa Este); el mismo día que Zelensky hablaba de su guerra ante el Congreso para pedir más dinero. Toda una casualidad
La ley tiene 4.155 páginas y los congresistas han tenido menos de 48 horas para leérsela en mitad de las vacaciones de Navidad. Ya está aprobada y nadie excepto sus muñidores se la ha leído (no había tiempo y además había espectáculo con Tele-Zelensky en vivo al que asistir)
La convocatoria al estilo PyongYang para aplaudir al amado líder vestido de verde oliva, tampoco iba de apoyar a la democracia. El tipo que arengaba a los felices congresistas es responsable de la prohibición de 12 partidos políticos y de una confesión religiosa que agrupa al 21% de la población de Ucrania (la Iglesia Ortodoxa Ucraniana afiliada al Patriarcado de Moscú). Zelensky se ha destacado por encarcelar líderes de la oposición y por restringir la libertad de expresión y de prensa que ya era casi inexistente.
Pero aunque el gerente del casino-burdel no logre la paz, aunque mueran por defender su desquiciada causa todos los ucranianos, aunque nos jodamos todos los europeos pagando el gas al doble de precio, no importa, la Banca gana y sus chicos, cómo no, aplauden. Dinero para quienes cortan el bacalao, miseria para los demás, pero todos a aplaudir.
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