El presidente de la República francesa ha anunciado que “joderá a los no vacunados” todo lo que pueda. El jefe de Estado de Francia ha declarado la guerra a Francia. Yo no lo haría Manolo, recuerda a Luis XVI.
Estas son algunas de las delicadas palabras del presidente de TODOS los franceses en su entrevista en la revista ‘Le Parisien’:
“Yo no estoy a favor de fastidiar (emmerder) a los franceses. Me quejo todo el día cuando la administración lo hace. Pero bueno, a los no vacunados, sí que tengo muchas ganas de joderles. Y vamos a seguir haciéndolo, hasta el final. Esa es la estrategia. No voy a meterlos en prisión, y no les voy a vacunar por la fuerza. Pero hay que decirles: a partir del 15 de enero, ya no podréis ir a un restaurante, no podréis tomar una copa ni ir al teatro, no podréis ir al cine…”
Otro francés que también rigió los destinos del Hexágono, y que nació allá por 1754, un tal Louis Capet alias Luis XVI, siendo mucho menos chulo e hijo de perra que monsieur Omi(a)cron, acabó perdiendo la cabeza. No le vendría mal recordarlo a Manolo.
El historiador Jules Michelet argumentó tras la muerte del ya ex rey Luis XVI un 21 de enero de 1793, que su ejecución supuso la aceptación de la violencia como herramienta para la felicidad. Michelet escribió: “Si aceptamos la proposición de que una persona puede ser sacrificada por la felicidad de muchos, pronto se demostrará que dos o tres o más, también podrían sacrificarse por la felicidad de muchos. Poco a poco, lo haremos y encontraremos razones para sacrificar a muchos por la felicidad de muchos, y pensaremos que fue una ganga”.
Coincido con Michelet en que la violencia no debe ser jamás aceptada como herramienta para lograr la felicidad; no obstante no debe ser excluida como medio para lograr evitar despropósitos mayúsculos. Yo no quiero ver a Emmanuel Macron guillotinado. No me produciría ninguna satisfacción ver su testa rodar. Pero mucho menos que ver la cabeza de este déspota globalista rebotando por los adoquines parisinos, quiero ver a ciudadanos tratados como basura por no querer inyectarse una substancia de cuyos efectos nadie –ni Macron– va nunca a responsabilizarse.
El jefe de Estado de Francia ha admitido, de manera incuestionable y macarrilmente explícita, su deseo y su intención de poner todos los recursos de los que dispone –y son muchos– al servicio de la obtención de un fin criminal: joderles la existencia a millones de ciudadanos. Ningún rey francés se atrevió a llegar tan lejos.