Todo ser humano sin excepción tiene derecho a hablar desde el corazón. No existe un derecho más fundamental, y que esté más allá de la jurisdicción de cualquier ley, que el de la libertad de expresión.
Y como la imagen que encabeza este artículo reza, “no tienes derecho a no ofenderte”, ese derecho no existe aunque alguien crea que sí. Quien no entienda esto mejor que no siga leyendo o entrará en bucle y su cerebro acabará cortocircuitando.
Si ciertas ideas son malas demuéstrese cómo de malas son con argumentos potentes y no se volverán populares. Así es cómo funciona una sociedad cuerda que confía en sí misma para hacer las cosas bien.
En Occidente tenemos una grave crisis de libertad de expresión porque la ley se ha vuelto mucho más progremonguer y, por lo tanto, mucho más autoritaria al hacer cumplir los diversos vetos que ahora gobiernan nuestro discurso. Las leyes mal llamadas de odio están centradas en proteger los sentimientos del pobre llorón antes que el derecho a expresar cualquier idea por ofensiva que a alguien le pueda parecer. Son leyes que tratan a los ciudadanos como a deficientes mentales hipersensibles e incapaces de gestionar sus emociones.
Estas leyes de pensamiento se aplican de manera selectiva y política llegando incluso a emplear a una policía que está cada vez menos preocupada por atrapar criminales que por decirnos cómo debemos o no pensar y cómo ser menos “ofensivos”.
Hubo un tiempo en que pensábamos que Occidente era el hogar de la libertad de expresión, donde las ideas podían expresarse de manera libre y contundente, y donde ni se nos pasaba por la cabeza que alguien pudiera ser arrestado por una broma de mal gusto. Pero las cosas han cambiado radicalmente en los últimos años, y ahora estamos controlados por leyes que hablan de incitación al odio que son aplicadas subjetivamente, que permiten que seas arrestado si dices algo que pueda causar alarma y angustia a las personas que están decididas a alarmarse y angustiarse por tu libertad de expresión (hay verdaderos profesionales y es prácticamente una industria).
Pero si la supresión de tu derecho de nacimiento de decir lo que piensas te causa alarma y angustia, no verás a nadie arrestado por eso. La tuya es la clase equivocada de alarma y angustia. Tu alarma y tu angustia por sentirte censurado hoy se llaman odio.
Se ha puesto de moda acusar a las personas que expresan opiniones no deseadas (fuera del paradigma progremonguer) de abusar de la libertad de expresión para difundir el odio. El odio es una emoción muy poderosa cuando se enfoca con intensidad y puede hacer que las personas hagan cosas realmente terribles. Es la emoción más oscura, la emoción más violenta.
Sin embargo, la palabra “odio” se usa hoy para cualquier cosa que moleste a aquellos cuya forma de vida se basa en sentirse ofendidos. Con la palabra odio sucede como con las palabra fascista, racista o nazi; estas palabras-etiqueta se han estirado tanto para que quepa dentro de su significado casi cualquier cosa, que se acaban banalizando cosas que son verdaderamente (estas sí) odiosas. En la mente de muchos progremonguers maniqueístas (lo primero conlleva lo segundo) todo el que no piensa como él, ella o elle es Hitler.
La palabra odio se lanza como si fuera un ácido verbal, a la menor excusa. Cada opinión no deseada o que no te gusta o ofende tu corazoncito, es calificada de odio. Todo comentario no suficientemente halagador es odio. Toda verdad desagradable es odio. Incluso si no te sientes atraído sexualmente por la gente trans y te atreves a decirlo, eso es odio. Si votas por un partido político insuficientemente progremonguer, se te acusará de estar votando por el odio. Empieza a dar risa ese miedo atávico del poder hacia la libertad individual a pesar de que no es nada divertido que nos impongan bozales físicos y mentales a cada minuto.
Esta palabra tan extrema se ha convertido en ley, como si todo el que dice algo ofensivo o insultante a otra persona fuera consumido por esta emoción volátil y peligrosa. Opinar no debería jamás ser un crimen en el que la policía deba meter la nariz para etiquetarlo como odio. Pero sucede. Los policías en algunos países como en EE.UU. están demasiado ocupados atacando violentamente a los manifestantes pacíficos si estos son insuficientemente progremonguers y arrodillándose para honrar a grupos paraterroristas como Black Lives Matter. Apenas tienen tiempo para investigar delitos reales como robos o asesinatos.
Si dices algo que hiera los sentimientos de alguien, incluso si no estás infringiendo ninguna ley, la policía se tomará la molestia de registrarlo como lo que ellos llaman un incidente de odio no criminal. Esto ocurre en el Reino Unido, sí, lo llaman incidente de ‘odio’ y se registra en una base de datos y puede acabar afectando las perspectivas laborales de la gente “marcada”.
Ser ofensivo es de mal gusto a lo sumo, nunca es un delito salvo en la imaginación de políticos liberticidas y deficientes emocionales.
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El discurso del odio es un término progremonguer que, como la mayoría de los términos correctensis, es una mentira descarada empleada para recortar libertades con el pretexto de proteger a imbéciles que deberían volver a la guardería.
Hablando de guarderías. Da la impresión de que todas las leyes de odio-censura están orientadas a proteger las narrativas que se quieren imponer “oficialmente” bajo el marchamo de “correctas políticamente”. Se las quiere proteger porque los políticos son conscientes de que muchas, sino todas, de las ideas supuestamente correctas andan escasitas de sentido común o incluso están fuera de nuestras dimensiones espaciotemporales (fuera de la realidad vamos).
Si se dejan a la intemperie ideas como “islam religión de paz” o “los hombres pueden estar embarazados” lo normal en una sociedad sana y cuerda es que esas ideas acaben desacreditadas por dos cosas tremendamente fachas como el sentido común y la realidad empírica. Hay ideas que sin “respiración asistida” que le ofrecen los cultistas progremonguers no podrían sobrevivir ahí fuera, pobres.
Para que esas ideas no se marchiten y prosperen los políticos deben inventarse leyes que bloqueen o penalicen, o mejor que prohíban las demás alternativas; y así es como nacieron estas leyes. Hay motivos de sobra para criticar al lobby LGBTQ sin por ello ser transfóbico; hay motivos de sobra para criticar esa ideología que otros llaman religión, llamada islam, sin ser islamófobo. Aunque en el último caso creo que lo lógico es estar en contra del islam por una razón tan sencilla como que el islam está contra ti incluso antes de que te dieras cuenta siquiera de que existía el islam. En este artículo explico la diferencia entre odiar y el obligado gustamiento:
La palabra ‘odio’ ha sido cínicamente mal aplicada para atribuir falsamente el más oscuro de los motivos a lo que les salga de sus cojones, y hacer que todo aquello a lo que esté unido suene como si fuera lo peor del mundo, cuando no siempre lo sea.
Ser ofensivo o insultante no es odio. Las palabras desagradables, comentarios despectivos, burlas y mofas, incluso basándose en la apariencia personal, la sexualidad, la religión o la raza, pueden ser cosas muy feas, pero no son odio. Que no te guste algo no equivale a que lo odies.
Tampoco es odio decir la simple verdad cuando se habla de la última obsesión progremonguer, el tema trans o queer, una neurosis que se ha puesto de moda. Abusando de, y utilizando a, una ínfima minoría de personas, se ha lanzado un asalto frontal total contra la identidad femenina, se está permitiendo arruinar el deporte femenino y se están confundiendo las mentes de una generación de niños impresionables.
La verdad es tan simple (y tan cruda) como que un hombre no puede convertirse en mujer al igual que tampoco puede un mono convertirse en cerdo. Esta opinión, muy extendida en nuestra sociedad a pesar de no ser políticamente correcta, si la expresas, serás acusado de discurso de odio. Da lo mismo que no exista odio alguno en esa declaración, sencillamente es una opinión sobre la realidad, o irrealidad en este caso, si a alguien le ofende será “odio”. Los sentimientos al servicio de la tiranía.
Emplear para todo el término odio no es sólo un abuso del idioma, es un abuso de la ley y una coartada para establecer una vigilancia orwelliana sobre los miembros de la sociedad.
Al elevar los sentimientos por encima de la verdad, la ley está secuestrando nuestra libertad, algo a lo que no tiene derecho ley alguna.
Siempre hemos tenido leyes, y necesitamos leyes, para lidiar con las falsas acusaciones, el libelo o la incitación directa a la violencia (eso se llama amenazar y sí es un delito de verdad) pero no necesitamos leyes para interferir o secuestrar la expresión de una opinión, por ofensiva o provocativa que pueda ser para algunos. Las leyes de esta guisa NO MERECEN SER OBEDECIDAS.
Todo ser humano sin excepción tiene derecho a hablar desde el corazón. No existe un derecho más fundamental, y que esté más allá de la jurisdicción de cualquier ley que el de la libertad de expresión.
Cualquier político que tenga que legislar para censurar cualquier opinión es un fracasado y un fraude. Si has arruinado tanto a tu sociedad que tienes que impedir que la gente hable de ello, tú eres el problema (y esto va por todas las socialdemocracias, desde Casado a Sánchez pasando por Ayuso, y por todos los comunistas patrios).
Si tú, político que lees esto, gracias a tus imprudentes políticas, tu incompetencia y tu miedo a la libertad, crees que callar a la gente es la única forma de mantener el orden público, entonces, bienvenido sea el caos y deseo que seas pronto encarcelado por dictador. Reducir la libertad de expresión porque puede que alguien se vuelva violento al oír o leer una expresión es como culpar a una víctima de violación por vestirse de manera incorrecta.
La violencia es el problema, no la libertad de expresión, que es tan vital para la salud de nuestra civilización como el oxígeno lo es para nuestra sangre. No hay lugar en una sociedad sana para el veto de los que se dedican a cancelar el discurso ajeno para contentar a nenazas (de cualquier sexo) lloronas dedicadas a buscar cómo sentirse ofendidas en cada momento.
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La genialidad que reside en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos está en que las personas que la redactaron sabían muy bien lo que estaban haciendo y eran conscientes de la necesidad que había de esta enmienda (que protege la libertad de expresión y la pone por encima de la propia Constitución).
Sabían que no se puede confiar en la ley cuando se trata de la libertad de expresión porque la ley está hecha por políticos profesionales a los que no se les puede confiar nada. Todos los políticos serán subjetivos, serán selectivos, serán oportunos, serán parciales y desearán con toda su alma acallar las narrativas que no les resulten agradables. Siempre habrá un pueblo al que proteger de tu discurso o del de Manolita, siempre habrá una minoría oprimida a la que supuestamente defender (si no la hay se pinta o se inventa) de la ironía, del sarcasmo o de la puta verdad. A los políticos nunca les faltarán excusas para taparte la boca, viven de buscarlas. En el Reino Unido la propia policía se pone en contacto contigo (online o te visita en casa) para verificar tu forma de pensar. Es un hecho, y muy pronto en España veremos algo parecido.
En el Reino Unido la policía ha llegado a amenazar y a abrir investigaciones sobre periodistas a causa de las palabras proferidas por la persona que estaba entrevistando ese periodista. La Policía de Liverpool ha colocado carteles en las calles donde pone: “Ser ofensivo es una ofensa (un delito)”.
Por supuesto lo que se considera ofensivo queda a la interpretación de la policía y por supuesto del ofendido. Este estado policial lleva a que se produzcan atropellos como que alguien discuta con una persona por cualquier asunto y esta persona diga que le llevas la contraria porque eres homófobo o machista (aunque discutas por la alineación de un equipo de fútbol). Ser ofensivo puede resultar de mal gusto a lo sumo, pero nunca es un delito salvo en la imaginación de políticos liberticidas y disminuidos emocionales.
