Mientras en Occidente las manifestaciones del “orgullo” LGBTI nos dicen a los occidentales, que si no nos gustan las mujeres trans somos transfobos en otros lugares del mundo la discusión se centra en si se deben quemar vivos a los homosexuales, arrojarles desde gran altura y lapidarles o tan solo lapidarles.
En Occidente tenemos la práctica totalidad de las personas interiorizado que todas las personas merecen respeto y dignidad y el debate está en que el “colectivo” no lo ve suficiente porque quieren además que asumamos como veraz que hay un espectro de géneros y que cualquiera puede ser hombre o mujer o varias cosas intermedias tan solo porque así dice percibirse.
Por otros lares no muy lejanos, y también en los guetos del multicultural Occidente, el debate está en cómo deben ser ejecutados los homosexuales.
Es como lo de los Conguitos. Los guerreros de la justicia social occidentales se escandalizan por un snack que se comercializa con ese nombre mientras en el mismísimo congo los bantúes se comen a los pigmeos literalmente o en Mauritania el 20% de la población es esclava de facto.
Los que defendemos la dignidad del individuo y su sagrado derecho a tener y expresar sus propias ideas nos oponemos a estos indignados de teclado y fin de semana que parece que solo son capaces de ver pecados occidentales. No se dan cuenta de que somos precisamente los que amamos la libertad los que acabaremos defendiéndoles de lo que, como se descuiden, se les va a echar encima. Ignorar los problemas de verdad y dedicarse a solucionar problemas inventados parece que es una especialidad de las marionetas del marxismo cultural. Aún así seguiremos al pie del cañón, y con mucho gusto, defendiendo sus derechos y libertades (los de verdad), incluyendo el derecho a que sean tan gilipollas.